martes, 12 de enero de 2010

Huele a sal...

Huele a sal aquí, en la cubierta de proa. Es extraño. Todos duermen, es de noche y hace frío, pero aquí sigo, saltando con los ojos desde el mascarón de proa al mar rasgado por el casco del navío. Se acaban los víveres, el agua comienza a escasear y las malditas cartas de navegación no tenían posibilidad de pérdida, al menos para mí. O eso pensaba. Intento evadirme... la madera cruje a medida que vamos surcando la inmensidad a la luz de las estrellas, y pienso en lo cómico que resulta que yo, el capitán de la nave, ya no sepa qué hacer. Todos cometemos errores, está claro, pero cada gesta, cada vez que consigues arrancarle a alguien una sonrisa, o tiendes tu mano a quien lo necesita, te va haciendo olvidar esos errores. Yo también cometo errores. Pero soy el capitán del navío y la tripulación cree que sé hacia donde nos dirigimos, pero ni las cartas de navegación ni aún mi preciado astrolabio son capaces de guiarme. Por eso me siento en la proa del barco cuando todos duermen. Hace frío. Huele a sal.

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