miércoles, 13 de mayo de 2009

La última sinfonía


No sé decir qué hora era, estaba demasiado oscuro para ver el reloj del puerto. Él estaba allí, la cabeza cubierta con lo primero que encontró: un viejo jarrón de cerámica desconchado. Lo miraba, apoyado sobre el frágil puente de madera mientras la tormenta arreciaba y los rayos descargaban su rabia rasgando el cúmulo de nubes que había usurpado el cielo.

Él se giró, poniéndose de cara al mar mientras se arrancaba la vasija de la cabeza y la estrellaba contra el suelo, dejando ver su rostro deforme, agitando las manos como si fuera un director de orquesta que marcara, desde aquel improvisado atril, el compás a los elementos en guerra.

Lo último que recuerdo, fue cómo un rayo alcanzaba la balaustrada y cómo su cuerpo se estremecía y se doblaba sobre sí mismo. Cayó de espaldas con los brazos abiertos, cerrando así tan macabra sinfonía.