jueves, 18 de febrero de 2010

Bivium



Hay algunas veces en la vida en las que, sin darnos cuenta, nos vamos alejando poco a poco de nuestro propio camino, de nuestra senda personal que nos define y nos configura como lo que somos.

A veces son luces las que nos hacen abandonar el sendero buscando en ellas el rumbo correcto hacia el que encaminar nuestros pasos. Esto no significa que el nuevo recorrido sea, forzosamente, más fácil de transitar que el anterior: muchas veces el camino ancho y despejado suele ir dejando paso al camino estrecho y pedregoso, escarpado y - en ocasiones- lleno de peligros. Este camino suele se lo que llamamos madurez y suele ser el momento en el que se inicia nuestro propio periplo vital, en el que nos toca decidir el trayecto desde la cartografía de la experiencia.

Pero en otro casos, abandonamos la vereda en la que nos fuimos dejando las botas y la piel -cruzando la adversidad a fuerza de empeño y ahínco- y de repente nos encontramos sumidos en la sombra dentro de la cuál no somos capaces de discernir entre a distancia recorrida y la que nos queda por recorrer. Perdidos y sin saber hacia dónde ir ni qué hacer, buscamos a ciegas alguna referencia que nos permita volver de nuevo hacia la vía que abandonamos inconscientemente, pero no siempre es fácil.

Sé que he tardado en regresar: me entretuve en el retorno, atravesé caminos que parecían inexpugnables, me dejé la piel y la sangre entre la zarza y el espino... pero ahora por fin encuentro de nuevo el rastro de mis antiguas huellas, hendidas en el barro, y, aunque sé que tendré que recorrer de nuevo parte del camino ya andado, hoy soy feliz. Siempre hace feliz estar de vuelta.

martes, 16 de febrero de 2010